Cultura

Diego Escobar González
Director de Planeación Participativa para el Desarrollo en la Secretaría de Planeación y Participación Ciudadana del Gobierno de Jalisco. Autor del diagnóstico de cultura en Jalisco a Futuro 2018-2030. Construyendo el porvenir.

Margarita Hernández Ortiz
Coordinadora de Investigación, Posgrado y Vinculación en la Universidad de Guadalajara. Asesora, funcionaria e investigadora del sector cultural en México y América Latina.

La emergencia sanitaria sacudió el horizonte social y económico del mundo. Como todos los ámbitos de desarrollo, el sector cultural y artístico de Jalisco entró a un túnel y no sabemos qué clase de normalidad encontraremos del otro lado.

Algunas de las reacciones iniciales fueron delineadas por las principales organizaciones públicas del sector cultural en Jalisco y a nivel nacional. En ellas encontramos un énfasis en colocar a la cultura como bien estratégico para la población confinada por la contingencia, pero también una preocupación marcada por el bienestar de miles de trabajadores del sector que han visto sus ingresos mermados o completamente suspendidos por la situación.

Aquí proponemos una relectura del sector a la luz de la emergencia, primero, a través de un conjunto de reflexiones en torno a las reacciones más inmediatas del sector cultural local y, segundo, apuntando algunas ideas de largo aliento para pensar el sector hacia futuros menos ensimismados.

Las reacciones
Los activos culturales y el corto plazo

El COVID-19 dio un golpe duro a la cultura, porque en cuestión de días hizo cerrar las puertas de esos edificios que usamos para congregarnos alrededor del hecho artístico.

Los espacios culturales (museos, teatros, foros y auditorios) son hitos del desarrollo cultural, testigos de nuestra historia, banderas de modernidad y un gran orgullo para las instituciones y las comunidades locales. La crisis atomizó al público; nos envió a la intimidad del hogar y no nos queda más que la asepsia de la pantalla.

¿Qué activos culturales quedan en este contexto? Probablemente una de las primeras revelaciones de esta crisis es que, como sector, hemos sido lentos en la adopción y plena incorporación de las TIC en nuestros procesos. Las páginas web de los organismos culturales públicos emulan la institucionalidad oficial de la que emanan con funcionalidades como la transparencia, la difusión de detalles de eventos programados en espacios culturales e información importante sobre procesos administrativos.

Hoy, en la reacción y la emergencia, las páginas web y el internet son el destino, fin y recinto del encuentro con el hecho artístico. Sin embargo, no estábamos listos para esto. ¿Qué infraestructura informática tenemos para hacer frente a la crisis? ¿Con qué ancho de banda pretendemos volvernos transmisores de contenidos? ¿Cómo esperamos que nuestras páginas -hoy personas web- de pronto se vuelvan importantes en nuestra comunidad? ¿Qué pasará cuando pase la contingencia? ¿Vamos a volver a una estrategia centrada en lo directo con salas semi-vacías o podemos aprovechar este golpe de timón para incorporar la virtualidad en los modelos de servicios y negocios culturales?

¿Vamos a volver a una estrategia centrada en lo directo con salas semi-vacías o podemos aprovechar este golpe de timón para incorporar la virtualidad en los modelos de servicios y negocios culturales?

 

Ingresos, espacios escénicos y “monetización”

Los espacios culturales que hoy están cerrados son una fuente importante para los ingresos de artistas, principalmente escénicos. Como estrategia paliativa, por ejemplo, la Universidad de Guadalajara pagará a los artistas escénicos por cada una de las funciones canceladas un monto establecido por sus administradores culturales, en razón de la media de honorarios por función pagados en el mismo periodo de años pasados. Esta acción, fue bienvenida por las personas que podrán beneficiarse del apoyo.

Las instituciones culturales públicas deben aprovechar este momento para repensar el rol que juega su infraestructura y sus recursos humanos en la percepción de ingresos de las personas que les dan vida cotidianamente a estos espacios.

Así como las instituciones se volcaron al internet, los artistas independientes también. Lo hicieron en Hangouts, salas de Zoom, en Instagram, Facebook y espacios exprofeso para seguir en contacto con sus seguidores, con motivaciones altruistas o como estrategia para hacerse de algunos ingresos vía suscripciones o donativos. La palabra clave ha sido “monetizar”, pero hay una ambigüedad muy grande respecto al rol de las instituciones para acompañar estas dinámicas emergentes.

Las instituciones, ¿deben amplificar la voz de los independientes? Si ese fuese el caso, ¿qué artistas, con qué medios y por cuáles razones podrían verse beneficiados? O alternativamente, ¿deben las instituciones incentivar la participación de la población en las campañas de los independientes con promesas de descuentos, aportaciones equivalentes o intercambios de algún tipo?

Las limitaciones institucionales han dificultado la reacción de organizaciones del sector público ante los efectos de la contingencia sanitaria en el sector cultural y artístico. Pero esas limitaciones han estado ahí durante muchos años; son parte de esa normalidad que hoy está en entredicho, esa normalidad que tiene algo de problemática.

De fondo y largo aliento

Mirar al sector cultural como un sector de desarrollo aislado de los demás es un error. Las políticas culturales, históricamente se han concentrado en el desarrollo de medidas atenuantes enfocadas al consumo y la producción artística (estímulos fiscales, subsidios al uso de infraestructura pública, becas de creación, entre otros). No existe evidencia o resultados de trabajos coordinados entre los institutos, secretarías y direcciones de cultura y otras áreas o ministerios para resolver problemas como la seguridad social, la calidad del empleo, el impulso al consumo de sus bienes y servicios, políticas de precios y regulaciones de pagos mínimos, etcétera.

Alrededor de los trabajadores del sector cultural y sus necesidades, las políticas culturales han construido una burbuja que los aísla del debate y también de eventuales soluciones a problemas que no sólo atañen a la política cultural y, por el contrario, se desprenden de fenómenos sociales mucho más amplios.

La precariedad laboral de los trabajadores en el sector cultural y artístico, la centralización de los bienes y servicios y su disfrute estratificado, el aumento de los precios de la canasta básica que reduce la capacidad de pago de los hogares por servicios culturales y otros “síntomas” del sector, tienen que ver con grandes dinámicas del desarrollo regional, desigualdades históricas y cambios macroeconómicos.

Desde instituciones dedicadas a la generación de oferta cultural y cuyo presupuesto, capacidades y facultades jurídicas son limitadas, las soluciones imaginadas serán parciales. Las iniciativas surgidas en diversos estados y a nivel nacional frente a la pandemia se concentran en la creación de fondos de emergencia o seguros colectivos para solventar gastos catastróficos.

Dichas propuestas, si bien fundadas en la buena voluntad, evidencian un conocimiento superficial de los perfiles sociodemográficos que integran al sector, así como el aislamiento y falta de agencia de las instituciones culturales en el contexto institucional, comercial y regulatorio más amplio.

Las instituciones “representan” a los profesionales de las artes, pero ¿dónde y ante qué otros actores?

Por ejemplo, en esta coyuntura el tema de la desprotección de los miembros del sector en materia de seguridad social y pensiones ha vuelto a ponerse sobre la mesa con fuerza, primero por el contexto de enfermedad latente y la falta de acceso a los servicios de salud de los artistas y creadores y, segundo, porque las medidas de contingencia significaron un paro generalizado de las actividades económicas propias del sector. Sin embargo es poco probable que esta demanda pueda atenderse desde instituciones que simplemente reanuden labores como “business as usual”. Por eso, se propone aquí un cambio de perspectiva, nuevas preguntas y mejores mediciones para buscar soluciones interinstitucionales, interdisciplinarias y necesariamente intersectoriales.

En el 2018 el sector de la cultura registró un Producto Interno Bruto de 702 mil 132 millones de pesos (3.2% del PIB nacional), el gasto total que realizaron los hogares, el sector público y las unidades no residentes en el país alcanzó un monto de 881 mil 679 millones de pesos durante el mismo periodo, y los hogares erogaron el 79.9% de este gasto. Además, en lo que respecta a la generación de empleo, las actividades vinculadas a este sector generaron el equivalente a 1 millón 395 mil 669 puestos de trabajo, que representaron el 3.2% de la ocupación del país (INEGI, 2018). Mientras tanto, su fuerza de trabajo especializada tiene bajas tasas de acceso a la seguridad social e ingresos promedio bajos.

En Jalisco el 80% de las personas ocupadas en el sector trabaja sin acceso a la seguridad social y el 72% tiene ingresos mensuales inferiores a los 6 mil pesos (Gobierno del Estado de Jalisco, 2019), lo que probablemente explique la falta de entusiasmo del propio sector entorno a la “economía naranja”.

La precaridad del trabajo en el sector cultural y artístico no es exclusiva del sector sino parte de tendencias económicas y laborales amplias. El fenómeno del “freelanceo”, como hijo guapo de la precariedad laboral, es una realidad en expansión en México y el resto del mundo. La gran mayoría de las personas que trabajan en el sector cultural y artístico se emplean por su cuenta con todos los beneficios, riesgos y costos que ello implica.

Una solución de fondo y largo aliento a la precariedad laboral en el sector artístico implicará cambios profundos en la relación que mantiene el Estado con las empresas como generadores de riqueza, dejando de gravar el trabajo formal y subsidiar el informal (Levy, 2012). Las instituciones culturales tendrán que representar a su gremio en la discusión nacional sobre seguridad social, trabajo y creación de riqueza, abogar por su inclusión en las reformas estructurales pendientes, regular para procurar mercados más justos y diseñar mecanismos para convertir el gran valor social de la cultura y las artes en mayor bienestar para quienes hacen posible estos bienes y también para los que los consumen (integrar la cultura a la canasta básica). Por su parte, el gremio cultural debe urgentemente fortalecer sus capacidades de asociación y establecer cámaras, cooperativas o colectivos con verdadera fuerza de representación política, dejando de lado egos y disputas que no hacen más que debilitarlo.

En fin, que para repensar las políticas culturales hay que resetear el disco duro del sector, porque si algo nos está enseñando esta epidemia es que nos estamos quedando sin coartadas para justificar, como decía Pau Rausell, la existencia de políticas públicas “ocurrenciales” que responden a las filias y fobias de sus actores sociales y no a la racionalización de fines y medios en entornos de eficiencia, eficacia y equidad (Rausell, 2007).

Bibliografía.

Levy, S. (1 de Noviembre de 2012). Seguridad Social universal: Un camino para México. Nexos.
Diario Oficial de la Federación. (30 de marzo de 2020). ACUERDO por el que se establecen acciones extraordinarias para atender la emergencia sanitaria generada por el virus SARS-CoV2. México.
Gobierno del Estado de Jalisco. (2019). Diagnóstico del Plan Estatal de Gobernanza y Desarrollo Jalisco 2018-2024. Visión 2030. Jalisco: Dirección de Publicaciones .
INEGI. (2018). Cuenta Satélite de la Cultura de México, 2018. INEGI, Comunicado de Prensa. Recuperado el 14 de abril de 2020
Rausell, P. (2007). Cultura. Estrategia para el desarrollo local. España: Agencia española de cooperación internacional (AECID)/ Univerasidad de Valencia.