Educación

Juan Carlos Silas Casilla
Profesor investigador del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente. Investigador Nacional nivel 1, Sistema Nacional de Investigadores, Conacyt.

La pandemia del COVID-19 ha mostrado las fortalezas y debilidades de los Estados nacionales en muchas áreas relativas al desarrollo de las personas. Este texto se centra en el impacto dentro del sistema educativo mexicano.

Una vez que las autoridades federales y estatales comprendieron que el COVID-19 estaba llegando con fuerza a México, y por ende a Jalisco, y que se debía actuar con rapidez, los titulares de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y la Secretaría de Educación Jalisco (SEJ) dictaron medidas que consistieron fundamentalmente en suspender la asistencia de los estudiantes a las escuelas, así como algunas otras acciones de apoyo a esta medida central.

El domingo 15 de marzo de 2020 el secretario de educación pública, Esteban Moctezuma, anunció que a partir del fin de la jornada escolar del 20 del mismo mes, se suspendían las clases para las escuelas de educación preescolar, primaria, secundaria y normal, así como aquellas de los tipos medio superior y superior dependientes de la SEP. Esto se oficializó a través del Acuerdo Secretarial 02/03/20 que dispuso la suspensión de clases entre el 23 de marzo y el 17 de abril (incluyendo en este periodo las vacaciones de Semana Santa y Pascua, entre el 6 y el 17 de abril). La semana previa a este cierre (16 al 20 de marzo) los centros escolares continuarían operando y los colectivos docentes se deberían preparar para trabajar a distancia con los alumnos. En la práctica, la medida se adelantó un poco, pues el viernes 20 de marzo las escuelas solicitaron a los padres de familia que no llevaran a sus hijos y se concretaran a recoger de los centros educativos lo necesario para estar en casa.

Por su parte, el Gobierno de Jalisco determinó la suspensión de clases presenciales en el estado a partir del día martes 17, esto fue anunciado el domingo 15 de marzo, unas pocas horas después del anuncio del ejecutivo federal. La diferencia entre la postura estatal de parar el martes 17 y la federal de hacerlo el viernes 20 realmente no es muy grande y los resultados, a pesar de los argumentos en favor de una y otra postura, no parecen ser realmente tan diferentes.

Pero, dejando de lado las fechas, lo que la premura en el cierre de las escuelas significó, fue una presión extrema para los actores reales de la educación; por un lado alumnos y padres, y por el otro maestros y personal escolar. En los párrafos siguientes se ahonda un poco más en el campo directo de acción de cada actor.

Para los alumnos significó estar en casa, bajo el entendido de no salir a la calle por la amenaza del virus y tener que afrontar las tareas escolares que sus profesores les asignasen. Los niños y jóvenes han tenido que realizar una gran cantidad de tareas y trabajos, que usualmente se llevaban a cabo en el horario escolar. Los estudiantes estaban acostumbrados a una cantidad dada de tareas extraclase, que se incrementó sustancialmente, lo que ha ocasionado frustración entre los alumnos de prácticamente todos los niveles. Por otro lado, la entrega de esas tareas y trabajos se realiza a través de distintas plataformas: redes sociales (particularmente Facebook), correo electrónico, Googledrive, entre otras, hecho que también ha ocasionado molestias entre los alumnos. Hay información empírica de que los alumnos enfrentan dos tipos de problemas: 1) falta de acceso al internet o equipo de cómputo para realizar los trabajos o enviarlos a tiempo y; 2) falta de habilidades y autogestión que, posiblemente, es el más grave.

El “locus de control” se encuentra regularmente fuera de ellos, ya sea en los maestros o en los padres, y se encuentran desconcertados cuando son ellos quienes deben llevar el ritmo de las acciones.

Por su parte, los padres y madres de familia han visto cómo el cambio de rutina de sus hijos en edad escolar se sumó a sus propias modificaciones de ritmo laboral. Esto implica tener a los hijos en casa y, en algunos casos, fungir como facilitadores del aprendizaje, tarea que no tenían contemplada y que implica un reto para el que no están anímica y técnicamente preparados.

De esta manera, los los padres han tenido que lidiar con las frustraciones de sus hijos junto con las propias en este momento.

En la parte escolar, los docentes son quienes han llevado la carga más pesada pues tuvieron que rediseñar las actividades de sus cursos, debiendo planear la forma de abordar contenidos con varios días de anticipación, se han visto requeridos a conseguir materiales didácticos para ponerlos al servicio de los alumnos a la distancia y, lo más pesado ha sido encontrar tiempo para valorar y retroalimentar las tareas y trabajos que envían sus alumnos. Este conjunto de deberes se puede sobrellevar de manera presencial, pues muchas de las actividades suceden durante la jornada escolar, pero a la distancia les ha requerido más horas de las esperadas. Hay testimonios sobre colectivos docentes que han necesitado crear cuentas de correo electrónico por academia (entre 6 y 10 profesores) que usan para recibir trabajos de sus alumnos y para enviar la retroalimentación. Esto significa que cada docente debe buscar entre los cientos de mensajes, encontrar los de sus alumnos, bajar los archivos, valorarlos, guardar una copia, encontrar el destinatario y enviar el archivo correcto. La posibilidad de una operación descontrolada es altísima.

Por último, los directivos y administrativos escolares, ante la falta de interacción cara a cara, y la sospecha de que estudiantes y profesores pueden estar dedicando menos horas al aprendizaje que de costumbre, se han convertido en elemento de presión para alumnos y maestros, lo que contribuye al estrés general.

En síntesis, esta epidemia está dejando varios elementos para la reflexión:

Falta mucho por ver en esta coyuntura, debemos estar preparados para comprender los elementos que operan y tratar de ofrecer vías para encontrar mejores resultados.